lunes, 6 de abril de 2020

La función del arte /5

No se exactamente cuándo conocí a Leonardo. Las primeras veces que conversamos probablemente me habrá sacado de un rincón gris en el que la oscuridad de mis propios sentidos lograban opacar la luz que al mismo tiempo se reflejaba en mi cara.

Conversar con él permitía que comprenda cosas sobre mi mismo que no hubiera sido posible que conozca ni con la más esforzada introspección. A veces me preguntaba por qué se dedicaba a hablar conmigo. Casi no habían cosas que yo pudiese contarle sin que él ya lo supiera.

Queríamos las mismas cosas, teníamos los mismos ideales. Pero no podía ni acercarme al ímpetu, a la rabia insolente y juvenil que tenían sus palabras incluso cuando hablaba de sí mismo: "Mi corazón amenaza con tomar todo mi pecho, y mis ojos salen a visitar a todo el esqueleto para contarles a los huesos lo que hace falta: 'No teman a las fisuras, grietas o rupturas. Las produce este motor en viaje a las alturas, son efectos secundarios al producir magia.'"

- "Para el hombre que mira la vida artísticamente, su corazón y su mente son la misma cosa" - le dije alguna vez, queriendo mostrarle que entendía algo de lo que él decía.
- "¡Qué geniales son los personajes de Oscar Wilde! Él si efectivamente ha visto la belleza a los ojos, y ella le ha respondido con una sonrisa." - gritó entusiasmado, antes de que yo termine. - "¿Has leído también lo que dijo el otro? ¿Eso de que 'no hay mayor tragedia romántica que la muerte de una joven hermosa'? ¡Ja, ja, ja! ¡Qué ternurita! Me alegro mucho por él. No obstante, solo ha visto la sombra de la belleza pasar por la calle. Eso ya es bastante para una vida arrastrada por los molinos oscuros de los que hablaba William Blake. Pero la verdadera tragedia es la vida, no la muerte, y la verdadera belleza de una persona es su capacidad de crearla."

Para Leonardo, una tragedia peor era, por ejemplo, que la belleza fluya por las venas de una persona y se ahogue en ella porque a causa de la vida, esa persona no puede verla ni aunque habite en la sangre que irriga sus ojos.

Leonardo se ha ido. Sus últimas palabras fueron tres: "No estamos solos." No me las dijo a mí, por supuesto. Tenía esperanza que lleguen a alguien más y la poesía se encargó de que sea así, como agradecimiento quizás.

La poesía se ha despedido de sus amantes de muchas maneras. Les ha dejado morir con el cariño del pueblo junto a quienes padecieron, sobre los brazos del amor junto a quienes viajaron por el mundo, con sus nombres escritos en los libros que leerán los futuros poetas, con la bendición de una dignidad más fuerte que el hambre y la persecusión, entre otras formas.

Pero muchos de sus más fervientes pretendientes, solamente podrían soñar con la manera en la que se despidió de Leonardo:
"Revelar el arte y ocultar al artista es la meta del arte."
En un par de hojas de papel, pegadas a una pared, sin su firma, sin su nombre, y escritas con una letra que no es suya, están parte de sus versos más sentidos. Frente al escritorio de una joven artista, las palabras de Leonardo finalmente son capaces de devolverle "la misma y vieja promesa de fidelidad que cada verdadero artista se hace a si mismo, silenciosamente, todos los días".

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